Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo

Son historias como esta las que quiero contar, historias que tengan sentido aunque seamos demasiado pequeños para entenderlas. Vera narrarent, historias reales, pero no sólo narraciones de realidad histórica, sino historias verdaderas, que no digan simplemente verdades, que muestren la verdad.

Valga la siguiente para dar comienzo a este espacio:

Un viernes o sábado por la noche, la fina lluvia de Tudela tan sólo se deja ver alrededor de las farolas, la gran mayoría de los locales ya han cerrado y las persianas de los hogares han sido bajadas. Los jóvenes de esa pequeña ciudad se preparan en sus casas o en la de algún amigo, y se ponen a punto para disfrutar de la noche. El maquillaje, los vestidos, los trajes y las corbatas embellecen sus rostros y figuras.

En otro lugar, otro grupo de personas también prepara su noche. Una avanzadilla de frailes de hábito marrón ha abierto las puertas de su iglesia y dentro ya hay religiosos y laicos en actitud de adoración. Rodillas en el suelo, unos inclinados, otros con la mirada fija en Él, el Santísimo estaba expuesto sobre el altar. Todo señalaba en una única dirección: la mirada de los fieles, la oscuridad ambiental atravesada por un rayo de luz y la custodia misma recogiendo aquella luz. Al entrar en el templo era inevitable dirigir toda la atención hacia la Eucaristía. Y la paz, la paz llenaba aquél lugar.

Lo que cuento a continuación puede tomarse por una feliz y estúpida coincidencia o no… queda en manos del lector. Si aquellos cristianos se reunían ahí en una noche de fin de semana no era por simple comodidad, tenían una misión, la de hablar de Dios a quien lo necesitara, especialmente en ese momento de la semana en el que tantos buscan a Dios en el fondo de su cubata. Unos se quedarían rezando dentro de la iglesia, pidiendo precisamente por aquellos que saldrían a la calle a “sembrar la Palabra de Dios”. Sigamos a uno de esos pequeños grupos que salieron:

Eran dos monjas y un par de chicas, que antes de cruzar las puertas hacia fuera se inclinaron para recibir una bendición especial de manos del sacerdote, y una vez “equipadas”, ¡a las calles! En un principio no encontraron a nadie, el tiempo no invitaba a estar fuera. Vinieron aquí y nada, fueron para allá y tampoco, parecía que esa noche no iban a sembrar demasiado, así que se dirigieron como última opción a la zona de la plaza de toros, donde hay algunos agradables rincones peatonales con bancos para sentarse y césped, árboles y arbustos embelleciendo el lugar, un buen sitio para estar en grupo con los amigos.

Pero ni un alma vieron, así que volverían a la iglesia, no era poco en cualquier caso hacer adoración y encomendar a los otros grupos y a todos los jóvenes de Tudela, que esa noche decidieron estar bajo techo. Sin embargo, llamadlo intuición si queréis, una de las monjas quiso ir un poco más allá de aquella zona, y en caso de no encontrar a nadie darían definitivamente media vuelta y hasta la próxima vez. Bordearon la plaza de toros y he aquí la sorpresa, que vieron una figura sentada en un banco, inclinada; se encaminaron hacia allí… era una chica joven y estaba llorando. Cuando estuvieron cerca y ella les vio no sé si se paralizó y se le secaron las lágrimas o si desembocó en un estallido de llantos. El caso es que aquella chica estaba pasando dificultades y en ese mismo momento estaba pidiendo a Dios una señal. Cuál sería su sorpresa al sentir que alguien se acercaba, levantar la mirada y ver que dos jóvenes monjas estaban junto a ella seguidas de otras chicas, rosario en mano… ¿Una señal de Dios? ¡Quién sabe! No conozco más detalles de esta historia, pero supongo que son innecesarios. Una pidió, las otras se dispusieron, el encuentro se dio.

Vayamos ahora marcha atrás en el tiempo, hasta el momento en que ese y otros equipos salieron por la puerta, y en lugar de seguirles quedémonos dentro de la iglesia, en oración. Al cabo de un rato algunos de los que salieron llegarían con un grupo de jóvenes que estaban de fiesta y que no sé cómo "engañaron" para entrar dentro. Los pondrían a los pies del Santísimo, de rodillas frente a Él, con algún canto o meditación de fondo en voca de un presente. Unos se irían al poco rato y tendrían una anécdota curiosa que contar a sus amigos, pero otros se quedaron allí, en silencio, contemplando, en paz. ¿Rezando? Sí... rezando. No deja de ser curioso, tenemos dos encuestros muy diferentes, uno de puertas a fuera, otro de puertas a dentro, uno desde la tristeza de las dificultades y otro desde la alegría de la fiesta, quizás uno mucho más misterioso que el otro pues ¿quién sabe lo que pasó por el interior de estos chicos que se quedaron?

No sé hasta qué punto esto es una Vera Narrarent, ni cómo de mal la he podido contar, pero cuando la escuché pensé: "esta historia tiene sentido".
 
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